miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sos más obsoleto que un paraguas barato

4 sardinas opinaron
Yo no sé si ustedes estaban al tanto, pero de un tiempo a esta parte, en este planeta todo se produce como el orto. Y no es metáfora: la onda es que las cosas se rompan más o menos rápido y tengas que comprar otras. Si la heladera antes te duraba toda la vida ahora te dura un noviazgo. O dos, ponele.

De esa forma, los capitalistas siguen teniendo demanda y nosotros seguimos trabajando para poder acceder a todas las heladeras que reemplacen a las que se nos rompen para comprar comida y olvidarnos de todos los novios que no funcionaron.

OK. Yo entiendo que el sistema funciona así, que si la lamparita te durara 90 años las fábricas quebrarían y los hombres no tendrían utilidad dentro de un hogar. Sin embargo, una cosa es que las cosas duren menos y otra es que directamente uno adquiera un producto y el mismo esté diseñado para autodestruirse a los cinco minutos.

Este es el caso de dos cositas por las que estas dos últimas semanas me vi fuertemente afectada:

1- Los paraguas pequeños.
¿Son una joda que quedó, no? Yo comprendo que un paraguas no está obligado a acompañarte toda la vida, pero no puede ser que uno salga a la calle, lo abra, camine dos cuadras, pase cerca de un edificio alto, se levante un poco de viento y el hijo de puta se te rompa. Y no sólo eso: te haga pasar el ridículo frente a aquellos que andan con sombrillas gigantes o a los que eligieron recagarse mojando pero no lidiar con objetos que tienen la obsolescencia más programada que la mierda. Está clarísimo: esos paraguas nacieron para morir. Y uno los compra, para después seguir comprando otros. Y así toda la vida, hasta que uno se da cuenta de que ya su propia existencia es obsoleta y muere. Básicamente.

2- Las medias largas de mujer.
Esto es un tema que me pone muy mal. ¿Cómo puede ser que un par de medias largas transparentes no duren más que una o (como mucho!) dos veces de uso? Es algo que no comprendo cómo no impulsó movilizaciones todavía. ¡Nos están tomando por boludas! ¿Entienden que somos millones de mujeres comprando un producto que no va que movés un poco la pierna y ya se te corre/rompe/hace un agujero espantoso? Y no depende del precio: yo he comprado las más caras, a fin de esquivar este problema, y todo fue igual. De hecho, el mismo día que las usé recibí la gran noticia por parte de alguien que me miraba de atrás: "Se te rompió la media". ¡Y vos me lo decís! ¡La puta madre! Son las tres de la mañana y estoy a 50 kilómetros de mi casa. ¡Era más feliz sin saberlo! Pero así es. Y no me digan que no hay solución: estoy segura de que si inventamos un sistema que nos permite mirar los partidos del Barcelona en vivo, podemos inventar medias que no se rompan a la primera de cambio.

Pero bueno. En estos casos, parece que se tomaron en serio el temita de la obsolescencia programada y no hay más nada que hacer. O sí: sentirnos profundamente obsoletos.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Rock, marxismo y multimedios

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Empecé una columna en la nueva y muy bonita página web de Al Borde del Tiempo. En ella podrán encontrar análisis marxistas de letras de rock.

Sí, ya soy un multimedios (?).

Hoy: “Si me das tu amor” – Serú Girán

Sí, empezamos tranqui. Ojo, estamos todos de acuerdo. Serú Girán, gran banda, un mensaje distinto en tiempos de dictadura, un staff envidiable, y eso que sabemos todos los que alguna vez vimos “La Viola”. Ahora: hubo un momento en la carrera de Pedro Aznar que justo coincidió con su participación en el grupo liderado por Charly, en el que se vio seducido por la derecha conservadora y escribió las estrofas de “Si me das tu amor”, una canción que –como veremos a continuación– no hace más que, en nombre del amor, reproducir las bases del sistema represivo actual.

Si bien todo el tema es una oda al statu quo, elegiré un par de fragmentos para hacer más corto el asunto.

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domingo, 8 de septiembre de 2013

Sardina te rema un mar de polenta

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¿No tenés tema de conversación más allá del "hola cómo estás"?
¿No se te ocurre una puta pregunta para hacerme?
¿Siempre caés en los mismos lugares comunes?
¿Te da miedo la gente?

¡No te preocupes! Sardina lo percibe y te banca. 
Por eso se pone al hombro la situación y rema, rema como una campeona olímpica en un mar de polenta.

¡Llamame!

...

Un anuncio así tendría que empezar a publicar y hasta cobrar por el servicio de remo. Sobre todo después del episodio de anoche.

Amiga y yo estamos hablando en un bar palermitano. Se acerca un hombre, un poco más grande que nosotras, no mucho. Anteojos, campera y pantalones con muchos bolsillos (no me gustan esos pantalones, vale aclarar). El tipo no es lindo, pero tampoco es desagradable. Uno del montón.

Sujeto: Hola, ¿me puedo integrar a la conversación porque estoy solo?
Sardina: ¡Sí, claro! (no sabe de dónde le sale tanta amabilidad, posiblemente de su incapacidad para decir que no). ¿Viniste solo?
Sujeto: No, me dejaron plantado. Un amigo, se sentía mal...
Sardina: Bajón. Bueno... (espera que el chabón siga la charla. Pregunte nombres, ocupaciones, edades. Nada de eso sucede por cinco segundos y se desespera)
...
Sardina: ¿A qué te dedicás? (Fija, le sale pregunta que se le hace a oyente que llama a la radio)
Sujeto: Soy economista. 
Sardina: ¡Ah! Qué bueno (?)
Amiga: Uh, hablá con ella que es la intelectual (?) (me tira el muerto de una manera increíble)
Sardina: No, no soy intelectual. Solamente tengo facilidad para hablar sobre cualquier cosa (eso que te brinda la carrera de Comunicación) ¿Sos keynesiano o neoliberal?
Sujeto: Ah, sabés... ¿estudiás economía?
Sardina: (No para de vender humo, pero aclara que no, que esa división la conoce todo el mundo).
Sujeto: Soy neoclásico.
Sardina: Ok... bueno... entonces mejor no hablemos de política.
Sujeto: No sé de política.
Sardina:  (Respuesta inesperadamente pelotuda) ¿Ni de política económica?
Sujeto: Bueno, eso sí (?).
Sardina: Igual no, mejor no hablemos de política. Bueno, ¿a quién votaste? (chiste ultra predecible pero al chabón le parece genial)
Sujeto: (risas) Me gustó ese chiste, eh.
Pasan 10 minutos y el flaco no pregunta nombre de ninguna, no sabe qué estudiamos ni por qué estamos ahí, ni siquiera me llama la atención por mi altura (cosa que hace el 99% de los hombres que interactúan conmigo). Pero tampoco se va. Se queda ahí, obligando a que lo entreviste.
Sardina: Bueno, ¿cómo son las chicas que estudian economía?
Sujeto: No son todas iguales...
Sardina: Bueh, pero dale, cuál es el estereotipo.
Sujeto: No, hay de todo
Sardina: No estás entendiendo el juego... ok.
Sujeto: Bueno, son estructuradas, ¿ahí está bien?
Sardina: Uh, no, bueno ya fue. ¿Te gustan las economistas? (le trata de poner picante a la cuestión, ya parece Fantino)
Sujeto: Sí, más o menos. 

El Sujeto es la nada misma. Ni fu ni fa. Será por su espíritu de beneficencia (?) que Sardina insiste en querer sacar lo mejor de él. No puede ser tan poco interesante. Por dios, no puede ser. 

Sardina: Juguemos a que te entrevisto para un programa de TV. (Es decir, hagamos lo mismo que estábamos haciendo antes pero yo haciendo de María Laura Santillán y presentando PNTs)

Arranco a hacer de cuenta que estamos en un programa, le pongo toda la onda del mundo. Al parecer el tipo no puede responder más de 20 palabras porque se autodestruye. Sus respuestas son aburridas. No hay diversión posible. Sardina manda a un corte. 

Lo peor es que el chabón está fascinado con la idea de que lo entrevisten ("nunca me habían entrevistado") pero Sardina ya está cansada y se pregunta por qué hace estas cosas. Sumergida en esa reflexión, se olvida de su interlocutor y el tipo se anima a hacer una pregunta. Pregunta malísima, poco interesante y de respuesta corta. Ella contesta rápido, sin ganas y mira para otro lado. Pasan cinco minutos y el programa no vuelve del corte nunca. El invitado sin ideas se levanta y se va. Ni siquiera pide teléfono, mail ni Twitter, como para justificar los 20 minutos de cháchara y aunque sea hacerla sentir linda. Nada. Su lugar de "hombre" dentro de las relaciones sociales ha sido dinamitado.

Sardina se va del bar y toma un taxi.

¿Ya terminó la noche, nena? ¿Tan temprano?, le dice el tachero.
Sí..., responde.

Pero no sabés cómo duelen los brazos.


lunes, 19 de agosto de 2013

Besame

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Hacía como un año que no escribía un poema... quizá tendría que haber seguido absteniéndome, pero qué más da. Acá va.

***

Besame,
recorré mis labios
tercos y torpes de otros labios,
bebé del agua que se junta
en sus comisuras,
abrí mi boca y
tocá mi lengua

dulce y políglota,
tuya y ajena.

Entrometete,

llená el silencio que hay
entre mis dientes
y transitá
cada rincón
anónimo,
hasta agotarlo.


Besame. Mordé
y que el dolor me sepa
a olvido.
Ni a odio ni a nostalgia.
A olvido
y a yerba húmeda
a media mañana.

Vení y llevame,
pero no te muevas.
No corras,
no te agites ni me persigas
llevame y no preguntes,
no pienses,

no digas.

Besá, besá y contagiame,
volcate en mi boca,
verté de tu vida
en la mía hasta que
el tiempo se detenga
y no importe más nada.
Ni el antes
ni el después,


ni el ahora.






miércoles, 26 de junio de 2013

El blog, en papel

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Irse al carajo es:


Feliz cumple, Sardina. De repente, sos 137 páginas. 

Qué locura. Linda, igual.




domingo, 9 de junio de 2013

Inmensidad

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Alguna vez escribí esto; porque hace bien escribir.

Estaba ahí, yo, tan asombrada por todo. Tan en mi esencia, tan conectada conmigo que hasta me resultaba yo misma irreconocible. Tan yo y la inmensidad. Pero no, no yo Y la inmensidad. Ese paisaje estaba en mí, y éramos uno. La infinitud del cielo me envolvía y me sentía tan viva que hubiera jurado que de veras moría si dejaba de mirarla. Si cerraba los ojos o si observaba las mesas, la gente, las tazas de café frío.


El sol de la tarde, como arrepentido de algo, se escondía detrás de unas nubes alargadas como renglones que sostenían una O, o quizá una A minúscula, hecha por algún niño al que su maestra regañaría por no dibujar bien las letras. El naranja era más bien un anaranjado, porque no existía por sí mismo sino que lo hacía conforme teñía lo que encontraba a su paso. 

Y ahora yo soy naranja y estoy con vos aunque no estemos juntos. Porque vos también estás ahí, conmigo y la inmensidad.

viernes, 7 de junio de 2013

De este lado

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- Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo. 
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
- ¿Estás seguro?
Asentí.
- Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

Casa Tomada – J. Cortázar

Enamorarse en Floresta quizá no resulte la historia más romántica del mundo. De seguro, no se parecerá a las que cuentan las películas de Hollywood: ella, deprimida, va sola a ver la última comedia de Woody Allen y el boletero termina convirtiéndose en el amor de su vida. En este barrio ubicado al oeste de la Ciudad de Buenos Aires, de un tiempo a esta parte, ya no hay cines. El mítico Gran Rivadavia está cerrado. Tampoco hay teatros ni shoppings ni subtes. Ni siquiera un Café Starbucks en el que conversar con uno de sus simpáticos empleados. Si bien todavía conserva una zona, cerca del Estadio de All Boys, ocupada por casitas en pequeños pasajes, sus calles principales están plagadas de negocios que se extienden a diario, casi tan rápido como la sombra cuando se pone el sol.

Pero esto no siempre fue así. Si la avenida Avellaneda hablara tal vez interpondría una demanda por daños y perjuicios a los casi 40.000 habitantes de Floresta. Es que, claro: hacia 1950, la zona que va desde Mercedes hasta Cuenca (unas siete cuadras) y que hoy está abarrotada por un interminable paseo de negocios de ropa, antes convivía con la tranquilidad que las decenas de casonas antiguas transmitían. Una al lado de la otra dejaban entrever la posición social del barrio que desde hace más de ciento cincuenta años viene representando a la clase media del país. Ese tramo –ubicado todavía a tres cuadras de la estación del Ferrocarril Sarmiento y a cuatro de Rivadavia- estaba conectado por un tranvía, el 99, que muchos tomaban para llegar a la panadería El Globo, la más popular de la época. Hoy, el 99 es un colectivo que, con el 172, gobierna una avenida que supo conocer el sonido del silencio y que ya no huele a facturas recién horneadas.

Sábado. Diez y media de la mañana. Irene se levanta, se baña, baja hasta el supermercado chino que tiene a la vuelta de su casa, sobre Bahía Blanca, compra leche y café para desayunar y mira hacia la otra esquina, la que conecta con Avellaneda. Ve un tumulto de gente, cree que sucedió algo. Se acerca a paso ligero. En el trayecto, se cruza con varios grafitis vinculados a la cultura futbolística del barrio que hacen referencia al tercer aniversario del ascenso a Primera División de All Boys. Ya más cerca de la intersección de ambas calles, a unos pasos de la Plaza Vélez Sarsfield (bastión blanquinegro) y de la Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, se da cuenta de que no pasó nada. O, por lo menos, nada fuera de lo común. Miles de personas armadas con carritos recorren los cientos de comercios que ofrecen ropa –en su mayoría, de mujer- y que lo hacen a un precio casi descabellado.

Irene, que se mudó hace poco, no entiende. Había caminado varias veces por esas calles pero no había visto nunca tal masa indiferenciada de personas, ávida de gastar su dinero y llenar sus bolsas. Quizá le suceda eso porque no sabe que si bien los días de semana esta zona no es más que un humilde centro comercial, los sábados se vuelve intransitable: además de vender al por mayor, las tiendas también ofrecen su mercadería a precios minoristas y están abiertas sólo hasta las 13.

Irene se toma el 99 rumbo a casa de sus padres y, desde ahí arriba sólo ve hormigas. Hormigas que se chocan entre sí, que intentan transportar a cuestas hojas más pesadas que su propio cuerpo, que compiten por llevarse lo mejor, lo último de la temporada otoño/invierno, aun esas calzas flúo o esos largos sacones de lana, “para combatir el frío sin perder el estilo”, dice una vendedora.

Desde la última butaca, Irene mira su reloj. En 20 minutos el colectivo sólo ha hecho seis cuadras. Natural: el caos no entiende de delimitaciones. Las anchas veredas se convierten en caminos angostos ya que están plagadas de manteros, vendedores de pochoclos y garrapiñadas, percheros que sujetan prendas de la temporada pasada y una docena de africanos (al menos uno por cuadra) que venden joyería barata. Una parte del asfalto comienza a hacer las veces de una improvisada peatonal.

“Medias, tres por diez”, “¿Vendés por menor?”, “Bufandas, pañuelos, guantes, gorros, todo para el frío, compre”, “Permiso, señor, permiso”, “¿Están todo el día?”, “¿Cómo?” “Sólo por mayor”, “Garrapiñada, pochoclo, maní, café”, “¿Cuánto sale esta?”, “No, hasta las 13”, “25 por mayor, 30 por menor”. Preguntas, respuestas, ofertas, gritos, barullo. El ritual para comprar en Avellaneda es claro: te interesa, lo llevás. Nadie está ahí para convencer a nadie. El arte de la venta se transforma en un simple intercambio de productos por dinero: ningún empleado invertirá tiempo en insistir ni demostrar las ventajas de su mercadería. La irrefrenable demanda anula la persuasión. Avellaneda es el paseo de compras que menos tiene de paseo.

Irene vuelve a mirar por la ventana. Según los carteles, llegó a Nazca. Aunque el paisaje sigue siendo el mismo (un batallón de personas luchando por desatascar las ruedas de sus carritos de los baches de las aceras), ya está en Flores, barrio aledaño a Floresta pero que a esa altura, parece el mismo.

Da la sensación de que en esta zona de la Capital Federal los límites nunca interesaron demasiado. Si bien en 1972 se estableció que el barrio está comprendido por las calles Juan Agustín García, Joaquín V. González, Av. Gaona, Cuenca, Portela, Av. Directorio, Mariano Acosta y Segurola, que el Estadio Islas Malvinas de All Boys (club indiscutiblemente asociado a Floresta) esté en Monte Castro da cuenta de que la cultura dinamita cualquier orden municipal. Además, la mayoría de los que viven en los pequeños Villa Santa Rita (al noreste) o Vélez Sarsfield (al oeste) ni siquiera lo saben.

A la vuelta, ya de noche, Irene se toma el 172, que va por Aranguren. Esta calle paralela a la que, horas antes, había sido el escenario del horror, también cuenta con varias cuadras repletas de locales, ya cerrados. El chofer va lento: debe esquivar la cantidad de bolsas con telas y basura que están desparramadas y que son el resultado de una jornada de gran facturación. Una cuadra antes de llegar a su edificio, los negocios y los deshechos desaparecen. Irene respira un poco aliviada.

Baja del colectivo, cruza la calle, y la luz del 172 alumbra un cartel justo en la esquina, que llama su atención: “Vendido. Proyecto: Paseo de Compras”. Fotos de la próxima edificación empapelan el inmueble que supo ser una casa y que, en unos meses, se convertirá en cuatro negocios. El avance de la construcción de estos locales hacia adentro del barrio es imparable. Es casi una invasión consensuada: ofertas millonarias difíciles de rechazar por terrenos que a futuro producirán invaluables ganancias.

Irene se queda mirando un rato, camina unos cincuenta metros, abre la puerta principal del edificio y en el ascensor se encuentra con su marido. Pálida, le avisa: “Ya llegaron hasta la esquina. Tendremos que vivir de este lado”.

lunes, 13 de mayo de 2013

El habitus, para el Cuarteto

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Che, Bourdieu, tomatelá. Acá unos uruguayos definieron mejor que vos el concepto de habitus. Y sin usar palabras difíciles.

Soy sangre de mi sangre, y soy mis costumbres,
Soy mis hábitos y códigos y mis incertidumbres

Soy mis decisiones y mis elecciones
Soy mis acciones, solo y en la muchedumbre

Soy mis creencias y mis carencias,
soy mi materia y mi esencia
Soy mi presencia y mi ausencia,
mi conciencia y mi apariencia

Soy mi procedencia
Soy mi herencia y mi experiencia
Soy mi pasado y mi vigencia
y esa vivencia es la referencia
que con otros me une y me diferencia.


 El hijo de Hernández (Cuarteto de Nos - Disco: Bipolar)



martes, 7 de mayo de 2013

La fuerza del humo

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Ahora que me entusiasmé con esto de los hallazgos históricos, les cuento otro. La movida de vender humo para lograr resultados a posteriori, tampoco es nueva ni la inventó Clarín. Viene de la época de la esclavitud.

Rápido contexto:
A mediados del siglo XIX, en Estados Unidos, entre un tercio y un cuarto de la población era esclava. Sí, a a pesar de aquello que la revolución americana supuestamente  había instaurado (un gobierno de corte liberal, que reconocía los valores de los individuos y sus derechos frente al Estado), en los estados del norte del continente americano la mayoría de los negros estaban sometidos. En medio de esta contradicción comenzaron a surgir sociedades antiesclavistas que -como su nombre lo indica- buscaban liberar a estos individuos del sistema de explotación.

¿Qué tiene que ver esto con la comercialización del humo?

Aquí, otra vez, la evidencia:

Fragmento del libro Los Estados Unidos de América, de Willi Paul Adams.

"El relativo éxito de los abolicionistas obedecía en gran parte a su hábil manejo de la propaganda y, especialmente, de las nuevas técnicas de impresión barata, induciendo así al engaño acerca del respaldo de que disfrutaban. Los abolicionistas parecían mucho más peligrosos que lo que en realidad eran. Su imagen de grupo eficazmente organizado, bien dotado desde el punto de vista económico, y políticamente influyente tenía que halagar profundamente a quienes, en realidad, no eran más que un grupo desorganizado, financieramente débil y políticamente impopular".

Como leen: si bien, evidentemente, estuvieron presentes otros factores, la primera amenaza al sistema esclavista se construyó a partir de la nada, de la creación de una imagen ilusoria, de la venta indiscriminada de esta sustancia gaseosa. En definitiva, las bases del fin de la esclavitud no descansaron más que en una alfombra de humo.

Ya ven. Ahí está la clave de todo. Si no, pregúntenle a Lanata.

sábado, 4 de mayo de 2013

Anotaciones sobre el origen del "ponele"

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No se le ocurrió a Malena Pichot, muchachos. Ni a Ezequiel Campa. Ni a ningún cómico cool del momento. Tras una ardua investigación, creo que estoy en condiciones de afirmar que di con el origen de este significante.

Todo parece indicar que "ponele" data de 1979, año en el que se publica el libro Un tal Lucas donde -en un diálogo- Cortázar introduce el término tal cual lo conocemos en la actualidad. Y con el exacto mismo sentido.

Aquí, la evidencia:

Fragmento de Lucas, sus discusiones partidarias

En esos casos Lucas tiende a callarse, puesto que sus libritos hablan vistosamente por él, pero como a veces lo agreden más o menos fraternalmente, y ya se sabe que no hay peor trompada que la de tu hermano, Lucas pone cara de purgante y se esfuerza por decir cosas como las que siguen, a saber:

—Compañeros, la cuestión jamás será 
planteada

por escritores que entiendan y vivan su tarea como las máscaras de proa, adelantadas en la carrera de la nave, recibiendo
todo el viento y la sal de las espumas. Punto.
Y no será planteada
porque ser escritor poeta
novelista
narrador
es decir ficcionante, imaginante, delirante,
mitopoyético, oráculo o llámale equis,
quiere decir en primerísimo lugar
que el lenguaje es un medio, como siempre,
pero este medio es más que medio,
es como mínimo tres cuartos.
(...)
Ponele —dice alguien—, pero frente a la coyuntura histórica el escritor y el artista que no sean pura Torredemarfil tienen el deber, oíme bien, el deber de proyectar su mensaje en un nivel de máxima recepción. -Aplausos.

Lo más probable es que esta conjugación del verbo "poner" se haya popularizado incluso años atrás de la fecha de publicación del libro, ya que el autor la utiliza con naturalidad dentro del texto. 

Así que nada, chicos. No insistamos. Está todo inventado. Ah, y vos, cuarentón, cuidado con hacerte el canchero y contestar "ponele" a cada pregunta que te hacen. Puede terminar delatándote la edad.

domingo, 28 de abril de 2013

Algo más

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Y viéndolo ojeroso, despeinado y a punto de bañarse entendió que ser lindo era algo más que verse bien. 

jueves, 25 de abril de 2013

La venganza del explotado

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Locación: MUSIMUNDO (Callao y Corrientes)
Hora: 16:55

Llego al local con un objetivo muy sencillo: adquirir un par de auriculares. Los que me conocen, saben cómo soy: no te ando con vueltas. Si quiero algo, lo compro y a otra cosa. De hecho, trato de evitar el contacto con los empleados del lugar, a menos que no estén (como en este caso) los precios a la vista:

Sardina: Disculpá que te moleste. Me gustaría saber cuáles son los auriculares más baratos.
Vendedor 1: Ah, la verdad que ni idea porque no soy de este sector... a ver, esperá.
Sardina: Ok, estaría bueno que tengan puestos los precios así no tengo que molestarlos... (Sardina sabe que no "molesta", que es trabajo de los flacos de ahí atenderla, pero intenta ser simpática simplemente porque se levantó de buen humor)
Vendedor 2: (Cae hasta donde estoy yo, de muy mala gana y como si me estuviera haciendo un favor. Me señala con displicencia unos) Estos son los más baratos.
Sardina: Ah, ¿y cuánto valen?
Vendedor 2: No sé.
Sardina: Pero... ¿aproximadamente?
Vendedor 2: Ni idea... además, no hay sistema. No te puedo decir el precio (?!?!?)
Sardina: Ah, bueno. Gracias. ¡Es genial este lugar!
Vendedor 2: No, de nada.

El capitalismo un día se va a desmoronar por su inevitable tendencia a delegar tareas. "Nunca nadie va a cuidar mejor el negocio que el patrón", dice mi viejo.Y tiene razón.

lunes, 22 de abril de 2013

Cómo conseguir seguidores (funciona)

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Si en el pasado competíamos por ver quién tenía más cartas Pokemón, hoy la movida es coleccionar seguidores en Twitter.

-¿Tenés Twitter?
-Sí
-A ver... Ah, tenés un par de followers más que yo. Bien.

Una vez tuve una charla así con alguien a quien recién conocía y me di cuenta de que gracias a las 294 personas que, solidariamente, me siguen en Twitter, había logrado un mayor respeto por parte de este sujeto en cuestión. Hasta, estoy segura, le parecí sexy y todo. Si hubiera tenido cinco mil se habría enamorado de mí.

A raíz de ese episodio, me di cuenta también de algo revelador y di con mi verdadera misión en este mundo: difundir formas de aumentar el número de seguidores y enriquecer la vida sexual de la gente común (esa que no es famosa ni súper graciosa y no puede llegar a las cuatro cifras por sí solo). Oh, sí, qué altruista que me levanté. Acá les tiro algunas:

Forma námber uan.

1. Tuitear sistemáticamente una premonición. Para que no digan que esto es humo, les traigo jurisprudencia(?). Hace algo más de un mes, antes de que se conociera la gran noticia que conmocionó al mundo y -sobre todo- a Julio Bazán, una chica tuiteó que su novio había soñado que el próximo Papa se llamaría Francisco. A los pocos días hubo fumata blanca, sucedió y la mina pasó de 11 seguidores a 11.000. Por eso, la idea es la siguiente: una vez al día, me tirás un poco de futurología. "Soñé que moría Juan Luis Guerra", por ejemplo, puede funcionar. Es a largo plazo y no tenemos la garantía de que alguna vez la emboques (y además podés llegar a quedar como un pelotudo) pero si la pegás, es negocio: al toque, pasás de tres unfollows por minuto a 600 seguidores por segundo. Y ahí sí: jet set, rispé y minitas.

Námber chu.

2. Causas nobles. La gente será pelotuda pero tiene corazón y, cuando se trata de una causa noble, nos asociamos. La movida sería la siguiente: por un mes te convertís en un acérrimo defensor de alguna causa de moda. Cuidemos al planeta, respetemos los derechos de los animales, evitemos la guerra de las Coreas o lo que se te ocurra. Ahí nomás te hacés una mini-investigación de mercado y enlistás a los famosos copados de Twitter que retuitean este tipo de cosas (léase @k_johansen, @cuervotinelli o alguno de esos) y empezás a pedirles RT. "@cris_telefe, salvemos a los delfines del mercado ilegal del marfil. Porfa, RT", funcionaría sin problema. No importa que los delfines no tengan colmillos o la consigna no tenga coherencia, la mayoría de las campañas para salvar animales tampoco la tienen y salen como piña. Así, tu arroba va a empezar a circular y, mucha gente, creyéndose un poco mejor persona, te seguirá y retuiteará ad infinitum. Recuerda: el éxito tiene forma de círculo. Ah, y cuando llegás a la cantidad acordada como objetivo hacés como si nunca hubieras defendido a nadie y disfrutás de las mieles de los 3000 seguidores.

Por ahora se me ocurrieron esas, así, medio rápido y a las 12 de la noche. Pero mi consejo es intentar las dos a la vez, para lograr mejores resultados. Total, si tu preocupación es conseguir seguidores, ya podemos confirmar que perdiste toda la dignidad.

martes, 16 de abril de 2013

Coaching, neurociencia y Sociales

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Esto tuiteé hace un rato y, obviamente, no generó aprobación de ningún tipo por parte de mis followers: ni una mísera respuesta ni un FAV o un RT. Nada de nada.

Quizá tuvo que ver con que todavía no me hallo del todo en una red que sólo acepta ideas de hasta 140 caracteres y no alienta el debate más en profundidad. O quizás, simplemente, porque mi tuit fue una garcha.

Lo cierto es que la nula repercusión me incentivó a volver para estas tierras, las del blog, y sentir otra vez la libertad que proporciona el espacio ilimitado. Gracias, Blogger.

El episodio al que me referiré sucedió en la clase de Psicología y Comunicación, una materia de la carrera de grado que curso en la Universidad de Buenos Aires, a cargo de un profesor un tanto especial que, desde mi punto de vista, en un intento por desburocratizar la enseñanza, hace cualquiera.

Ojo, digo "desde mi punto de vista" porque a la mayoría de mis compañeros esta enseñanza alternativa que incluye clases en ronda, juegos, trabajos en grupo, presentaciones de los alumnos y un pequeño stand up periódico por parte del docente, le encanta y lo aplaude. A mí, sepan disculpar, me produce cierta desconfianza. La buena onda en exceso suele producirme algo así. Lo lamento.

Y bueno, en medio de esta situación (léase: yo tratando de disimular que todo está bien y que me cae re bien lo que está pasando), el profesor menciona que él es experto en Coaching Organizacional y Neurolingüística y saca un libro para recomendar. Habla de un tal Estanislao Bachrach, biólogo y escritor de "Ágil Mente". Después nombra que este chabón dio hace poco una charla en las conferencias TED.

En ese momento sentí que me encontraba en una realidad paralela. Tuve que cerrar y abrir los ojos varias veces para confirmar que estaba en un aula de la UBA, asistiendo a una clase de una materia incluida dentro del plan de estudios de Ciencias de la Comunicación. Por desgracia, efectivamente eso estaba pasando y la desubicada, en todo caso, era yo.

Pero vayamos por partes, porque me hago lío.

1. El tipo es experto en Coaching Organizacional y Neurolingüística 
Esta cuestión, aunque parezca un dato biográfico, no lo es. Si hay una palabra que me indigna mucho es "coaching". Primero, porque es un anglicismo y me rompen las pelotas los anglicismos. Segundo, porque la idea, desde el vamos, es totalmente siniestra. La función del coach empresarial no es, ni más ni menos, que la del adoctrinador. Un coach no hace otra cosa que lograr que el empleado labure de la forma más eficaz posible y, sin embargo, esté "a gusto". Charlas motivacionales, talleres, seminarios, actividades al aire libre y todas esas giladas que organizan estos expertos son eufemismos. El fin está claro y es uno solo: anular el cuestionamiento y lograr que el individuo contratado se enamore de su trabajo. ¿Y qué pasa cuando nos enamoramos? Nos volvemos unos pelotudos. Y no sólo no vemos con malos ojos dedicarle 12 horas seguidas a una tarea encomendada (cuando nos pagan por 8), es decir, que nos exploten de manera obscena, sino que somos los mismos impulsores de esa explotación.
¿Qué consecuencias trae esto? No sólo mayores ganancias para las empresas sino también la supresión de la lucha por algún derecho, por un mejor sueldo o por una disminución de la jornada de trabajo. Y ni hablar de pensar en la revolución.

2. Estanislao Bachrach dio una charla TED
Esta parte del post es la que más me gusta porque hace rato tengo ganas de descargarme contra estas charlas. Tecnología, Entretenimiento y Diseño son las siglas de TED, una organización cuyo lema es "Ideas dignas de difundir". El formato tuvo mucho éxito en el mundo, de hecho hasta marzo de 2011, las charlas han sido vistas más de 400 millones de veces y han sido traducidas a 80 idiomas. Sin embargo, a pesar de que a simple vista parezca un proyecto apuntado a difundir conceptos transgresores y desestabilizantes, hace todo lo contrario. Desde el vamos, hay un problema, y es la organización. Todas las charlas tienen como orador a un tipo que -por H o por B- hizo algo interesante en la vida o desarrolló alguna teoría innovadora y por eso lo llamaron para que charle. Pero ¡qué paradoja! las charlas no son conversaciones sino monólogos que -por su formato- me hacen acordar al sermón de un pastor evangélico o a la homilía de un cura. Uno adelante hablando, preguntándose y respondiéndose a sí mismo y todo un enorme auditorio sentado, escuchándolo. Si ahí hay algo de novedoso que alguien me venga a explicar qué es. Y todo esto sin mencionar que, si bien se dicen una organización sin fines de lucro, están esponsoreados por Intel y demás marcas. ¿Ellos también pensarán que están usando a Adidas?

3. Ágil Mente, de Estanislao Bachrach. 
Según explicó el profesor y yo, luego, ahondé, el libro explica que existe la posibilidad de hacer que el cerebro aprenda a funcionar "más creativamente" y logre acceder a todo su potencial. Todo, abordado desde la neurociencia.

En principio, el parentezco de este best-seller con la bibliografía de autoayuda me parece inevitable. La idea de "tú puedes pensar igual que los genios y gurúes del mundo" me parece, un tanto, tétrica. Tétrica porque intenta vender (cuando digo vender no es metáfora, el libro cuesta 125 pesos) la mentira del éxito al alcance de la mano y además, invisibiliza los condicionamientos de clase, sexo, territorio y otros miles de factores. Ejercitar la mente está buenísimo, pero si tenés menos guita que hijos seguís igual de complicado. Además, insiste en la idea de potenciar la mente para lograr mayores objetivos. La pregunta es... ¿mayores objetivos para quién? evidentemente, este libro es funcional a la clase dominante: mejorá, sé más eficaz, lográ mejores resultados en menor tiempo y reproducí (en imperativo se escribe así) más rápido las bases del capitalismo. Esto se verifica cuando pensamos quiénes sustentan esos estudios neurocientíficos que se realizan y con qué fines los hacen. Que la ciencia está subsumida y sustentada en su mayoría por el poder económico no es algo nuevo. Como tampoco lo es que todos las nuevas tecnologías o descubrimientos en materia científica también lo están.

La combinación de estas tres cuestiones me hizo mucho ruido. Sobre todo, porque en la carrera se ven autores como Marx, Gramsci, Foucault, etc., que intentan dilucidar estas cuestiones y llevar una mirada más real sobre las relaciones materiales de existencia en la actualidad. Algo que, parece, se te olvida cuando estudiás coaching.


Siempre hay un capítulo que explica todo