sábado, 3 de octubre de 2009

Asalto a lo ineludible

Cerró el cajón y ni siquiera el sonido del golpe, seco y violento, lo devolvió a la realidad. Era de tarde, cuando el mundo parecía haber frenado su funcionamiento habitual. A su alrededor, sólo se sentía el ruido del silencio, ese sonido que aparenta esconderse y que a la vez, no deja de ser inminente, como la lágrima que ahora se le asomaba sin pedir permiso.
En ese clima había estado mirándola durante varias horas. Su rostro, tan frío y sereno, tan distinto a la última imagen que de ella había guardado en su memoria. Sus manos, más prolijas que de costumbre, su calidez de siempre, tan ausente. La irreversibilidad del presente lo desafiaba con recuerdos que parecían vividos por otro. Lo asaltaba con preguntas sin respuesta, con enigmas indescifrables que resonaban una y otra vez en su cabeza.
Él tenía miedo de que algún día ella se le borrara de la memoria, por eso, mientras observaba su boca, intentaba repasar uno a uno los besos que se habían regalado, y a cada uno le dedicaba dos o tres minutos, reparando en los detalles que los hacían diferentes al resto. Días atrás también los había invocado, pero esta vez se miraba a sí mismo desde afuera, extrañado, constatando cómo, en aquella entrega, su persona recobraba la inocencia y la sencillez que su sola presencia le contagiaba y que ahora, su recuerdo parecía devolverle.


Siempre pensó que ellos eran diferentes al resto de las parejas comunes y corrientes. Ella, tan espontánea, siempre se las arreglaba para sorprenderlo. Como aquel día de lluvia que, entre tostadas con mermelada y submarinos, le dijo


-¿Qué tal si cada vez que nos despedimos dejamos una consigna, una tarea para pensar? Claro, por ejemplo, una pregunta que deberíamos responder y compartir la próxima vez que nos encontremos. Nos podemos turnar para elegirla, pero siempre tenemos que pensar los dos. ¿Qué te parece?

Le era imposible negarse ante el brillo de sus ojos, reflejo del entusiasmo que le causaba haber encontrado algo que podía ser sólo de ellos, un juego al que únicamente podía jugarse de a dos. Sin chistar, religiosamente y antes del beso final, uno de los dos proponía un interrogante al que ambos se comprometían intentar dilucidar.

Bueno, algo así había sucedido la noche anterior. Habían ido al cine, y ella se había emocionado más que de costumbre. Un minuto antes de despedirse, él había tenido que recordarle que era su turno, ella debía formular la infaltable pregunta. Le insistió un rato hasta que finalmente la soltó, como si se le escapara entre los dientes:
-¿Es inevitable olvidar?

Con esa frase se había dormido y era la que ahora le resonaba en la cabeza, demorando una respuesta que cada vez se hacía más lejana y que hasta le daba miedo encontrar.

De repente lo atacó ese sentimiento que siempre le causaron las injusticias. Hasta ese momento, no sabía que cuando éstas tocan de cerca, la impotencia se intensifica, la desesperanza se vuelve común denominador y los pensamientos son vías infinitas, rutas sin horizonte. Volvía una y otra vez a recordar su voz, sus labios esbozando las últimas palabras que de ella escuchó. ¿Era inevitable olvidar?

De golpe, el sonido de la puerta irrumpió entre sus pensamientos y, seguidamente, una voz lo interpeló. Obnubilado buscó rápidamente internarse en la realidad. Miró a su alrededor y advirtió que la tarde ya había perdido la batalla. La oscuridad de la noche se había abierto paso para que comience el retorno a su casa. Su mente era un incansable proyector de su rostro, de su naturalidad. Como en un film, iban sucediendo una tras otra las escenas en las que ella y él – que no era él, sino que era él-con-ella - eran protagonistas.
¿Sería imposible no olvidarla?
Con el tiempo se daría cuenta de que seguramente ella creía que sí y que por eso, había elegido como cielo, eternizar su alma en su memoria.

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