miércoles, 15 de febrero de 2012

Pierdo, luego existo

Ni bien entro, el bar me interpela. No sé si es la biblioteca repleta de libros, el piano o la música bajita... o quizás la lámpara de luz amarilla que está encendida a pesar de la claridad de la tarde.

Me interpela y un rato después me dice que me quede. Le digo que no, que tengo cosas que hacer, y él me responde con esta frase, escrita al dorso del sobrecito de azúcar que recién ahora descubro, cuando del café con leche sólo queda el fondito (porque siempre dejo el fondito):
La vida exige al individuo una contribución y depende del individuo descubrir en qué consiste. 
Me quedo muda interiormente.

En la mesa de al lado hay un libro que lleva por título "Existir". Pienso que esa palabra es algo más que una palabra, como puede ser "taza" o "perro". Es algo más profundo, tan inevitable como misterioso.

Ahora entra un hombre. Me doy cuenta tarde de que es ciego, cuando ya no necesita mi ayuda. Le corro la silla y me dice "gracias". Pienso que es demasiada retribución para mi miserable actitud.

"Existir", "contribución", "gracias". Siento que todo se conecta. Escribo en un anotador pequeño y amarillo, arriba de un libro de Walsh. ¡Si sabrá él de contribución! Las cosas me hablan. Vuelvo a sentir que nada es inanimado si uno aprende a mirar. Es sólo una cuestión de atención, al final. De prioridad a lo importante. De liberación del miedo a perder... es una cuestión de pérdida. De tiempo, de dinero. Es de pérdida, no de ganancia. En la pérdida se capitaliza lo importante.

El mozo se lleva la taza vacía y limpia la mesa, pero a mí, el entorno empieza de a poco a dejar de importarme. Ahora es mi contribución la que me inquieta. Mi razón de existir. De ser... de ser-en-relación. De diálogo y de entrega. De gratitud. De creer que todo cobra sentido cuando entendemos que nada tiene que tener un sentido. Que hay que pensar distinto. O menos. Sí, hay que pensar menos. Me convenzo cada día más de eso. La contribución de mi existir no puede resultar de un pensamiento. No. La gratitud no se obtiene así. No sé bien cómo pero estoy segura que así no. Pero intuyo que éste es el camino, el de escribir sin pensar. Sin un objetivo. Sin un fin. Sin querer ser original. Hacerlo ni siquiera por buscar placer. Hacerlo, ¿qué más? A pesar de que implique una pérdida... la pérdida del control sobre mí misma. Sobre mis pensamientos ordenados, correctos y previsibles. Escribir sin pensar en la sintaxis... no sé por ahí así encuentre mi contribución.

O mi libertad.

4 comentarios: