martes, 8 de marzo de 2011

Reflexiones de micro I

Micro. Butaca 41. Al lado mío, vacío. Me siento. Y lo de siempre.

La esperanza de que se siente a mi lado un ejemplar del sexo opuesto lindo, simpático e inteligente ofrece pelea y sobrevive frente a la estadística que se empecina en confirmar lo contrario. Lucha, resiste hasta el último segundo, en donde la realidad la supera ampliamente y no queda más que ponerse a leer.

4 comentarios:

  1. Creo que en mi vida he hecho más de 40 viajes. Y nunca me tocó al lado una excéntrica de pelo corto. Nunca.

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  2. A mi me pasó una vez. Iba a Pinamar para un fin de semana de escape luego de unas increibles vacaciones en México y Cuba. Volví a Baires y no lo soporté. Necesité huir. Y me fui a lo de mis primos en Valeria del Mar a los 5 días de haber aterrizado. Mi asiento, pasillo, estaba ocupado por una linda señorita de pelo oscuro y ondulado, piel clara, y unos lindos ojos verdes detrás del vidrio de sus gafas. "Hola", "hola", "este es mi asiento, pero si querés, me siento junto a la ventana", "no, está bien" y se movió. Luego, silencio por unos 30 minutos. Ella lo rompió e inició la conversación. Me preguntó por un libro de Lanata (ADN) que yo me había llevado. No paramos de hablar hasta que nos besamos, después de 4 horas y a casi 50 kms de llegar a destino. Su familia la estaba esperando en la terminal. Antes de bajar le pedí el teléfono. Me dio su celular. A la noche la llamé desde un locutorio en el centro. No iba a salir, estaba festejando el cumpleaños de su padre. Fumé marihuana, me comí unas papas, pasé por el cine, y entré, solo.
    Al otro día pensé en no llamarla, vaya a saber uno por qué. Insistí, me dijo que sí, y nos vimos. Comimos un lomito, tomamos cerveza, reimos, fuimos a la playa, caminamos bajo las estrellas, fumamos marihuana, jugamos a encontrar estrellas fugaces, reimos, caminamos por el bosque, nos besamos...
    Pasaron 2 semanas en Buenos Aires, la llamé una vez, no me atendió. La llamé por 2da vez, no podía. La llamé por 3era vez, dijo que me llamaba. No lo hizo, y no la llamé más. Su nombre era Inés.

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