miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sos más obsoleto que un paraguas barato

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Yo no sé si ustedes estaban al tanto, pero de un tiempo a esta parte, en este planeta todo se produce como el orto. Y no es metáfora: la onda es que las cosas se rompan más o menos rápido y tengas que comprar otras. Si la heladera antes te duraba toda la vida ahora te dura un noviazgo. O dos, ponele.

De esa forma, los capitalistas siguen teniendo demanda y nosotros seguimos trabajando para poder acceder a todas las heladeras que reemplacen a las que se nos rompen para comprar comida y olvidarnos de todos los novios que no funcionaron.

OK. Yo entiendo que el sistema funciona así, que si la lamparita te durara 90 años las fábricas quebrarían y los hombres no tendrían utilidad dentro de un hogar. Sin embargo, una cosa es que las cosas duren menos y otra es que directamente uno adquiera un producto y el mismo esté diseñado para autodestruirse a los cinco minutos.

Este es el caso de dos cositas por las que estas dos últimas semanas me vi fuertemente afectada:

1- Los paraguas pequeños.
¿Son una joda que quedó, no? Yo comprendo que un paraguas no está obligado a acompañarte toda la vida, pero no puede ser que uno salga a la calle, lo abra, camine dos cuadras, pase cerca de un edificio alto, se levante un poco de viento y el hijo de puta se te rompa. Y no sólo eso: te haga pasar el ridículo frente a aquellos que andan con sombrillas gigantes o a los que eligieron recagarse mojando pero no lidiar con objetos que tienen la obsolescencia más programada que la mierda. Está clarísimo: esos paraguas nacieron para morir. Y uno los compra, para después seguir comprando otros. Y así toda la vida, hasta que uno se da cuenta de que ya su propia existencia es obsoleta y muere. Básicamente.

2- Las medias largas de mujer.
Esto es un tema que me pone muy mal. ¿Cómo puede ser que un par de medias largas transparentes no duren más que una o (como mucho!) dos veces de uso? Es algo que no comprendo cómo no impulsó movilizaciones todavía. ¡Nos están tomando por boludas! ¿Entienden que somos millones de mujeres comprando un producto que no va que movés un poco la pierna y ya se te corre/rompe/hace un agujero espantoso? Y no depende del precio: yo he comprado las más caras, a fin de esquivar este problema, y todo fue igual. De hecho, el mismo día que las usé recibí la gran noticia por parte de alguien que me miraba de atrás: "Se te rompió la media". ¡Y vos me lo decís! ¡La puta madre! Son las tres de la mañana y estoy a 50 kilómetros de mi casa. ¡Era más feliz sin saberlo! Pero así es. Y no me digan que no hay solución: estoy segura de que si inventamos un sistema que nos permite mirar los partidos del Barcelona en vivo, podemos inventar medias que no se rompan a la primera de cambio.

Pero bueno. En estos casos, parece que se tomaron en serio el temita de la obsolescencia programada y no hay más nada que hacer. O sí: sentirnos profundamente obsoletos.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Rock, marxismo y multimedios

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Empecé una columna en la nueva y muy bonita página web de Al Borde del Tiempo. En ella podrán encontrar análisis marxistas de letras de rock.

Sí, ya soy un multimedios (?).

Hoy: “Si me das tu amor” – Serú Girán

Sí, empezamos tranqui. Ojo, estamos todos de acuerdo. Serú Girán, gran banda, un mensaje distinto en tiempos de dictadura, un staff envidiable, y eso que sabemos todos los que alguna vez vimos “La Viola”. Ahora: hubo un momento en la carrera de Pedro Aznar que justo coincidió con su participación en el grupo liderado por Charly, en el que se vio seducido por la derecha conservadora y escribió las estrofas de “Si me das tu amor”, una canción que –como veremos a continuación– no hace más que, en nombre del amor, reproducir las bases del sistema represivo actual.

Si bien todo el tema es una oda al statu quo, elegiré un par de fragmentos para hacer más corto el asunto.

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domingo, 8 de septiembre de 2013

Sardina te rema un mar de polenta

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¿No tenés tema de conversación más allá del "hola cómo estás"?
¿No se te ocurre una puta pregunta para hacerme?
¿Siempre caés en los mismos lugares comunes?
¿Te da miedo la gente?

¡No te preocupes! Sardina lo percibe y te banca. 
Por eso se pone al hombro la situación y rema, rema como una campeona olímpica en un mar de polenta.

¡Llamame!

...

Un anuncio así tendría que empezar a publicar y hasta cobrar por el servicio de remo. Sobre todo después del episodio de anoche.

Amiga y yo estamos hablando en un bar palermitano. Se acerca un hombre, un poco más grande que nosotras, no mucho. Anteojos, campera y pantalones con muchos bolsillos (no me gustan esos pantalones, vale aclarar). El tipo no es lindo, pero tampoco es desagradable. Uno del montón.

Sujeto: Hola, ¿me puedo integrar a la conversación porque estoy solo?
Sardina: ¡Sí, claro! (no sabe de dónde le sale tanta amabilidad, posiblemente de su incapacidad para decir que no). ¿Viniste solo?
Sujeto: No, me dejaron plantado. Un amigo, se sentía mal...
Sardina: Bajón. Bueno... (espera que el chabón siga la charla. Pregunte nombres, ocupaciones, edades. Nada de eso sucede por cinco segundos y se desespera)
...
Sardina: ¿A qué te dedicás? (Fija, le sale pregunta que se le hace a oyente que llama a la radio)
Sujeto: Soy economista. 
Sardina: ¡Ah! Qué bueno (?)
Amiga: Uh, hablá con ella que es la intelectual (?) (me tira el muerto de una manera increíble)
Sardina: No, no soy intelectual. Solamente tengo facilidad para hablar sobre cualquier cosa (eso que te brinda la carrera de Comunicación) ¿Sos keynesiano o neoliberal?
Sujeto: Ah, sabés... ¿estudiás economía?
Sardina: (No para de vender humo, pero aclara que no, que esa división la conoce todo el mundo).
Sujeto: Soy neoclásico.
Sardina: Ok... bueno... entonces mejor no hablemos de política.
Sujeto: No sé de política.
Sardina:  (Respuesta inesperadamente pelotuda) ¿Ni de política económica?
Sujeto: Bueno, eso sí (?).
Sardina: Igual no, mejor no hablemos de política. Bueno, ¿a quién votaste? (chiste ultra predecible pero al chabón le parece genial)
Sujeto: (risas) Me gustó ese chiste, eh.
Pasan 10 minutos y el flaco no pregunta nombre de ninguna, no sabe qué estudiamos ni por qué estamos ahí, ni siquiera me llama la atención por mi altura (cosa que hace el 99% de los hombres que interactúan conmigo). Pero tampoco se va. Se queda ahí, obligando a que lo entreviste.
Sardina: Bueno, ¿cómo son las chicas que estudian economía?
Sujeto: No son todas iguales...
Sardina: Bueh, pero dale, cuál es el estereotipo.
Sujeto: No, hay de todo
Sardina: No estás entendiendo el juego... ok.
Sujeto: Bueno, son estructuradas, ¿ahí está bien?
Sardina: Uh, no, bueno ya fue. ¿Te gustan las economistas? (le trata de poner picante a la cuestión, ya parece Fantino)
Sujeto: Sí, más o menos. 

El Sujeto es la nada misma. Ni fu ni fa. Será por su espíritu de beneficencia (?) que Sardina insiste en querer sacar lo mejor de él. No puede ser tan poco interesante. Por dios, no puede ser. 

Sardina: Juguemos a que te entrevisto para un programa de TV. (Es decir, hagamos lo mismo que estábamos haciendo antes pero yo haciendo de María Laura Santillán y presentando PNTs)

Arranco a hacer de cuenta que estamos en un programa, le pongo toda la onda del mundo. Al parecer el tipo no puede responder más de 20 palabras porque se autodestruye. Sus respuestas son aburridas. No hay diversión posible. Sardina manda a un corte. 

Lo peor es que el chabón está fascinado con la idea de que lo entrevisten ("nunca me habían entrevistado") pero Sardina ya está cansada y se pregunta por qué hace estas cosas. Sumergida en esa reflexión, se olvida de su interlocutor y el tipo se anima a hacer una pregunta. Pregunta malísima, poco interesante y de respuesta corta. Ella contesta rápido, sin ganas y mira para otro lado. Pasan cinco minutos y el programa no vuelve del corte nunca. El invitado sin ideas se levanta y se va. Ni siquiera pide teléfono, mail ni Twitter, como para justificar los 20 minutos de cháchara y aunque sea hacerla sentir linda. Nada. Su lugar de "hombre" dentro de las relaciones sociales ha sido dinamitado.

Sardina se va del bar y toma un taxi.

¿Ya terminó la noche, nena? ¿Tan temprano?, le dice el tachero.
Sí..., responde.

Pero no sabés cómo duelen los brazos.